Vivimos una condición póstuma*, señala un escrito. Un tiempo sin pasado ni futuro, suspendido, como un hiperpresente que sólo tiene variaciones de lo mismo. Me pregunto si esa condición se inaugura con la pandemia y la imposición de quedarnos recluidos en nuestras casas, temerosos de que otros cuerpos nos transmitan la posibilidad de muerte. Pienso en que el temor al otro se reversiona en la pandemia, pero que ha estado insistentemente calando nuestras vidas, y que hemos podido verlo antes, en vivo y en directo, por las pantallas de celulares y televisores, y que, en cierta forma, nos ha sido indiferente. El cuerpo – terrorista ha estado encarnado en inmigrantes, pobres y disidencias, haciendo ruido en tanto esa diferencia nos conmueve, con algún hecho particular o espectacular. Reviso por enésima vez en el día mi cuenta de Instagram, y me encuentro a cada tanto con la necesidad revelada del encuentro y el tacto. “Volveremos a abrazarnos” dice la consigna del momento. Vuelvo a pensar en la necesidad del otrx, en ese otro que me constituye con su diferencia, que me hace individuo porque soy distinta, porque no soy “eso”. Pienso también en aquellos otros que me han conformado, que han entrado en mi cuerpo con sus cuerpos, en un tacto más allá del tacto, que construye lo que hoy soy. Siento nostalgia de algunos de ellos, incluso de aquellos que no recuerdo tanto, así como se extraña algo sólo cuando se ha perdido. Encerrada en mi casa desde hace dos meses, la interrogante sobre las relaciones humanas y cuanto hay en mí de otros, resuena fuerte: ¿Cómo se forma un sujeto a partir de un tacto que no pertenece a ningún sujeto?
Contacto a mi amigo de tiempos inmemoriales Jorge Guerrero, hoy arquitecto y audiovisualista, siempre cirquero de corazón, y le planteo esa pregunta. A partir de su experiencia y su curiosidad e inventiva incesante (que admiro), me propone trabajar la temática entendiendo que el espacio y los objetos son los otrxs que nos tocan y conforman y de quienes nos hemos enajenado. Suma a esta definición la exigencia inmediata que enfrentan los artistas escénicos en cuanto a sus improbables espacios de creación. Sugiere trabajar construyendo nuevos espacios escénicos a partir de la arquitectura cotidiana, pues esta dimensión – dice – llegó para quedarse y es necesario que los artistas puedan trabajar en sus casas sin echar de menos los teatros. Nos sugiere reinventar los lugares a partir de escenografías tridimensionales, que se proyectan y adaptan a los recovecos de nuestros espacios cotidianos. Nos muestra unas maquetas, empezamos a probar y concluimos: crearemos a partir del cuerpo – danza, la filosofía y la arquitectura. Las preguntas de investigación ya están instaladas: ¿cuál es nuestra posibilidad de tacto en este tiempo? ¿cuánto de la carne necesitamos, cuanto de esa carne poseemos y cuanto se relaciona, más bien, con la red en la cual vivimos? ¿Son los objetos y los espacios sujetos que también nos constituyen? ¿Cómo volvemos a habitar nuestros espacios cotidianos pensándolos como arquitectura para la dramaturgia? ¿Cómo nos ayuda la tecnología en su aplicación a la arquitectura para lograr ese fin?
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