¿Tienen espalda los ángeles?

///¿Tienen espalda los ángeles?

Una mirada al cuerpo y lo contemporáneo.

Escribo este texto mirando hacia la calle desde la ventana de mi habitación. Hace dos meses, instalada en el mismo lugar, podía ver transitar a decenas de personas, solas, en parejas o en grupos que conversaban animadamente. Hoy, en cuatro horas, cuento el tránsito de tres sujetos con mascarilla, todos de andar acelerado, que dan la sensación de miedo al afuera, lejos del andar pausado y confiado de antaño.

Es que nadie podría haber anticipado que la evidencia de que el sujeto no es quien dictamina el devenir de la vida, se nos aparecería en forma de una pandemia viral que calaría en nuestras disposiciones relacionales, sociales, económicas y culturales. Un actor no humano con la capacidad de sacarnos del antropocentrismo desde el cual se conciben – hasta ahora – todas las formas del ser, el estar y el hacer, y que detiene y replantea nuestra contemporaneidad. El cuerpo del sujeto, fragilizado por este ente, ya no sólo se somete al poder biopolítico de los estados, o a su progresión tanática – la psicopolítica- sino más bien suma a lo anterior el sometimiento que desencadena en el ser humano la cercanía de una muerte ridícula y dolorosa en manos de un agente viral desconocido.

Para que decir que el sistema neoliberal trabajó pacientemente en el discurso emprendedor que dificulta aún más la comprensión del acontecimiento. La idea de lo “auto” y su directa relación con la superación, los logros y el triunfo se desmorona ahora ante la necesidad de un estado, de lxs otrxs, de un mercado regulado que no destruya al débil quien no tiene opción de dejar de serlo porque todo aquello que conformaba su arquitectura se desmorona a vista y paciencia del mismo sistema. Ni la autodisciplina, ni la autosanacion, ni la autogestión o la autoconsciencia lo salvarán del descalabro. Una crisis que viene del cuerpo y que desmorona el todo.

El criterio de verdad, o régimen de veridicción (Foucault) construido para este tiempo ha desatendido, bajo la misma premisa del “auto”, el papel que lo diverso/lxs otrxs/ el afuera, cumplen en la construcción del sujeto, tanto en su carne como en el sentido de su existencia. La episteme de nuestro tiempo, entendida como marco que fija los límites dentro de los cuales se desarrolla un criterio de verdad, nos ha llevado a concebirnos como individuos cuya supervivencia depende del superyó más que de otros agentes, sean estos parte del ecosistema mundo o de la propia especie. Se ha desestimado esta relación en pos de la importancia de generar individuos transparentes, exageradamente iluminados y espectacularizados, a través de la exposición constante del cuerpo, situado en lo que antes se consideraba lo privado, para deleite del juicio ajeno y la construcción fantasiosa del propio. El cuerpo en nuestro tiempo es un lugar saturado de poder, pues conviven en él la disposición biopolítica (ahora sujeta al big data), la anatomopolitica (que define por ejemplo el que evitemos tocarnos la cara o dar la mano para evitar ser contagiados por un virus) y la creencia de la voluntad autosuperadora, que pondría a nuestros cuerpos y su existencia en el sitio que se merece.

Estamos, pues, sometidos a una epísteme que valida esta forma de pensarnos, y que requiere de una mirada crítica que nos descuelgue de ese sentido común. Cada tiempo construye un régimen de verdad que permite que cierto discurso sea válido para los sujetos que lo habitan.

Recurro a los textos de Tomas de Aquino, teólogo, filósofo y Doctor angélico del siglo XIII, para explicar lo anterior. En la edad media, la profesión de “angeleologo” era algo aceptado entre los monjes bizantinos, siendo dos de sus objetos de investigación los siguientes: cuantos ángeles caben en la cabeza de un alfiler y si estos tienen o no espalda. En esa época era aceptado ver y hablar con ángeles, y estos se estudiaban en las incipientes facultades de medicina. Una vez caído el paradigma teocéntrico, los libros de angeleologia dejaron de estudiarse y la gente “normal” dejó de pensar en su existencia Si hoy le preguntásemos a un médico como curar el ala de un ángel, pensaría que perdimos la razón. Nuestra pregunta resultaría incompresible y extemporánea pues el paradigma que sostenía esa pregunta en un tiempo ha sido reemplazado por otra epísteme.

Diremos, aceptando el status quo, a cada tiempo sus preguntas.

Ciertamente, si nuestra concepción de lo contemporáneo se basa sólo en lo que está “iluminado” por los discursos temporales, perderemos la posibilidad de aproximarnos a su oscuridad, a la tiniebla, que si bien no puede separarse de las luces, está ahí para ser interpelada.

Las preguntas a destiempo son las que definen que es ser contemporáneo, pues ser contemporáneo implicaría: “aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces sino su oscuridad (…). Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es justamente aquel que sabe ver esa oscuridad, aquel que está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la tiniebla del presente” (Agamben, 2011:54)

Descubrir en la oscuridad del presente el haz de luz que no puede alcanzarnos significa ser contemporáneos. Pensar desde un tiempo no cronológico en donde lo arcaico se vuelve actual, fracturando la linealidad y poniendo en relación diferentes partes de la historia, es también una tarea de lo contemporáneo.

Atendiendo a esto, podríamos pensar que no es una locura volver a preguntarnos si los ángeles tienen espalda, así como pensar en una concepción no antropocéntrica de la vida, que entienda a lo viviente – no viviente que habita junto a nosotrxs como actantes protagónicos del acontecer.

¿Cuáles son las preguntas que nos exige nuestra contemporaneidad? ¿Seremos capaces de indagar en esa oscuridad pese a la exagerada luminiscencia de este tiempo? ¿Qué cuerpos/no cuerpos exigen ser iluminados en esta era? ¿Quién ilumina?

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